Velada romántica
Por:
Jorge Arturo H. G.
Debo apresurarme para irme al trabajo. Se me ha hecho tarde y sé que alguien me está esperando; todos los días ocurre y hoy no será la excepción, lo sé. Son las nueve y diez de la noche, llevo diez minutos de retraso, seguramente mi jefe está furioso, porque siempre está furioso. Tiene sesenta años, lo entiendo: le preocupa la muerte. A esa edad cualquiera se siente perseguido por ella.
Llego. Son las nueve y veinte.
–Explícame por qué llegas a esta hora. ¡Otra vez tarde! –es el recibimiento que me da mi jefe.
–Señor – le digo, -fue culpa del tráfico-.
– ¡Cállate! Tú no viajas en transporte, vives a unas cuadras de aquí. ¡Ya me voy! ¡Ya me voy! Debes tener cuidado… ¡Comienza tu trabajo, hombre!
Sale. Me quedo solo. No tan solo.
Entro a un cuarto, veo a una mujer y el corazón se me acelera. Me acerco sin hacer ruido para no asustarla. Estoy a su lado y tomo su mano. Es suave, ella es morena y muy bonita. Me gusta mucho, y encima de eso, se deja acariciar.
– ¿Cuál es tu nombre? –pregunto.
Se llama Leonora y tiene 24 años. Posee un aire de indiferencia que me atrapa, me hace querer abrazarla. Le pregunto si puedo rodearla con mis brazos.
Su abrazo es muy blando, se siente bien tenerla así. La voy a besar, esperando que no se moleste y reciba yo una bofetada suya.
No lo hizo, me regaló el beso y estoy muy contento. Debe tener hambre, quizás no ha comido en toda la tarde y pronto serán las diez de la noche.
–Espérame, Leonora, voy a comprar algo para que cenemos; no te vayas a ir, no tardo.
Pero qué le gustará, no le pregunté. Soy un torpe. Le compraré algo ligero: verdura, o carne asada… no sé.
¿Será buena idea llevarle una rosa? Yo creo que sí, a las mujeres les gustan las flores, pero también los chocolates… Sí, eso está bien: una flor y un chocolate.
–Leonora, gracias por esperarme. Perdona la tardanza, lo que pasa es que a estas horas no todos los lugares están abiertos; pero te traje algo: pan integral, jamón de pavo, agua… ¡y una flor, y un chocolate! Se nota que cuidas tu figura… ¡OH, discúlpame, discúlpame! No me he presentado: mi nombre es Antonio, pero puedes decirme “Toni”, así permito que me llame quien me agrada, y tú me agradas en verdad… mucho. Espero que no te incomode mi comentario.
“¡Adelante! Puedes comenzar a comer cuando tú gustes. Yo ya tengo hambre; así que voy a empezar, si no te importa.”
Es una mujer muy bella, por eso me gusta. Deseo besarla otra vez, sin embargo podría molestarse. Mejor espero otro momento.
–El viejo Gonzalo me fastidia, siempre me regaña. Dice que no hago bien mi trabajo, pero no me despide, acaso porque nunca he faltado durante los cuatro años que llevo con él. ¿Tú crees que me estime? No, no lo sabes, Leonora, apenas si lo conoces. Aunque es regañón, es un buen tipo. ¡Pero qué te digo, mujer! Sigue cenando, por favor.
¿Será prudente que la invite a casa después de cenar? No será la primera vez que se lo proponga a alguna mujer, además nunca me han rechazado.
–Leonora… verás, me gustas… y yo quisiera… si no es molestia, claro… eh, que me acompañaras a mi casa. Sí. Mira… yo vivo cerca y quisiera que fueras conmigo… Pero no te ofendas… yo sólo… no es obligación que vayas. Podemos seguir aquí si así lo deseas… ¡OH, Leonora! Te lo agradezco… Me sentiré halagado con tu compañía… tú sabes: una mujer bella y, y… ¡y yo! ¡Qué halago! Estaremos solos y… ¡vamos!
Qué mujer más encantadora. Tengo tiempo, algunas horas para regresar, porque si el viejo Gonzalo no me encuentra, seguro me mata. Pero eso no lo debe saber Leonora. ¡Ah, Leonora! Me abraza tanto, seguramente se siente sola. Y también me besa. La haré sentir muy bien en casa. Ninguna mujer se ha quejado de mi trato, así que me comportaré como con las demás.
–Ésta es mi casa, Leonora… Disculpa el desorden. No, no hay nadie más, aquí vivo solo. ¿Te ofrezco una copa? ¡OH, perdón! Es bueno que no bebas, yo lo hago de vez en cuando. Si no te ofendes, me serviré un trago. Me encanta el brandy, ¿sabes? Es dulce, me gusta el dulce; lo malo es que me emborracho más rápido. Pero no, no debes preocuparte, hoy sólo me tomaré una copa, para relajarme… ¿Estás cómoda en ese sillón? Es el mejor que tengo. Algunas veces me he quedado dormido ahí, sin darme cuenta. ¡Es que es tan confortable!
Quizás esto no le importe a Leonora. Debo hablarle de otra cosa, o… ¡Ya sé!
– ¿Te gustaría conocer mi habitación?
¡Acerté! Vamos a entrar a mi cuarto y…
– ¡Qué desorden! Debes perdonarme. ¿Los libros? Son viejos, realmente… ¿te gustan? Huelen bien, puedes quedarte con el que más te guste: es tu casa también, Leonora.
“Es muy lindo tu nombre… de hecho… ¡espera!
“Mira, en este libro apareces. Es un poema muy bello, ¿quieres que te lea unos versos? ¡Qué linda eres! No, no es ninguna molestia; al contrario: será un honor.
“…dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén / tendrá en sus brazos a una santa doncella / llamada por los ángeles Leonora, / tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen / llamada por los ángeles Leonora.
“¡Sabía que te iba a gustar! ¿Lo habías leído? A mucha gente le gusta, y también tú nombre, como a mí. ¿Te puedo besar?
“¡Qué haces, Leonora! ¡Qué hermosa te ves desnuda! No cabe duda que soy un hombre afortunado.”
Está desnuda sobre mi cama. Voy a besarle todo el cuerpo. Voy a saborear los brotes de miel que emanan de sus cavidades. Es frágil, debo ser cuidadoso y tierno. Quién habrá besado antes que yo toda esta piel… es tan suave, tan desnuda Leonora. Sus ojos parecen estar en otra parte, pero me besa, me abraza, llama mi cuerpo al suyo. La obedezco pues yo también la deseo. ¡Qué Leonora tan entregada a mí!
– ¿Tienes sueño? No te preocupes, puedes dormir aquí, yo te despertaré cuando debamos irnos…
¡Es tardísimo! Me quedé dormido. Ella aún duerme, pero ya debo despertarla.
–Vamos, mi amor, despierta; ya es hora, debemos marcharnos. Te espero afuera, mientras te vistes…
Por fortuna aún no amanece. No quiero enamorarme de Leonora, pero ejerce una fuerza inexplicable sobre mí y hace que mi voluntad le sonría. Es mejor que nos vayamos ahora.
Llegamos a mi trabajo. Parece que ella todavía tiene sueño.
–Si tú quieres, puedes dormirte en ese lugar –señalo un sillón, no hay ningún problema si te acuestas ahí.
Pronto saldrá el sol, faltan algunos minutos. He pasado una de las mejores veladas de mi vida. Pensándolo bien, hablaré con Leonora, le pediré que no se marche, que se quede conmigo para siempre. Es tan bello estar a su lado, verla dormir me resulta como un sueño: parece un ángel; un ángel moreno. ¡Está decidido!: haré cualquier cosa por mantenerla a mi lado…
No tarda en llegar el viejo Gonzalo. Le pediré un aumento de sueldo porque próximamente tendré que mantener a Leonora. Espero que no me lo niegue, y si lo hace, tendré que buscar otro empleo.
“Señor Gonzalo”, le diré, “Verá… estoy enamorado…” ¡No! ¡No! Debo dirigirme de otra forma a él. “Señor Gonzalo, quisiera hacerle una petición: resulta que me caso…” ¡No, carajo! ¡Qué le digo! Ya sé: “Señor Gonzalo, sé que algunas veces me regaña, pero le confieso que aprecio mi trabajo. Ahora bien, quisiera saber si usted puede aumentarme el sueldo”. ¡Excelente! Después de esto me preguntará por qué. “Verá, conocí a una mujer y nos enamoramos; por eso hemos decidido unir nuestras vidas…” ¡Muy bien! Seguro que no me negará el aumento. ¡Estoy tan feliz!
Acaba de entrar mi jefe. Debo preparar el tono de voz para abordarlo. Se ve bien, fresco.
–Buenos días, señor.
–Buenos días, Antonio. ¿Cómo va todo?
–Bien. Señor Gonzalo, sé que algunas veces me regaña…
Parece que no me escuchó pues se ha ido al otro cuarto.
– ¡Antonio! ¡Antonio!
–…sé que a veces me regaña…
– ¡¿Qué voy a hacer contigo, hombre?!
–…pero le confieso que aprecio mi trabajo…
–Dime qué hiciste en toda la noche.
–Ahora bien, quisiera saber si usted…
– ¡Cállate, Antonio, cállate, por favor! Dime por qué diablos no has preparado ese cadáver…
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