Otra noche

by - febrero 21, 2009

Elsa es una mujer sin edad. Elsa es una prostituta. Noche a noche su cuerpo cae sobre falsas camas: imposible espacio para anidar sueños. Hace muchos años fue la mujer más rica de la ciudad, la más pretendida. Hoy no habla, calla.
Elsa aprende a caminar bajo la noche, sabe los faroles, conoce las luces. Hace tiempo que su piel ignora al sol que no deja abrasarla, ni entablar el antiguo romance del bronceado en las playas. Las ventas varían cada noche pues hay momentos en que el hombre no desea comprar caricias. Elsa fuma entonces, la mirada sin conexión en el mundo.



Regresa a casa y bebe hasta que el whisky hace tambalear su cuerpo no poseído. Duerme; ya no existen los sueños y el alma no se le escapa, caen juntas y el golpe se olvida siempre.



Qué guardan las calles durante el día. No sabe, no quiere; espera el regreso de la noche para salir a cazar el alimento. Vieja felina sin manada, sin cachorros.
Es la hora y el baño está listo; sólo el agua es capaz de recorrer todo su cuerpo, cada rincón. Elsa toca sus senos, son míos y de todos y de nadie…Acaso suspira, siente algo en la garganta… un nudo, acaso.



Nueva visita al espejo, la repetición de un acto mecánico. Maquillaje: la misma máscara que conocen tantos, que es besada con la misma frecuencia que tiene el segundero. Elsa. Cuál mujer es, ¿la del baño, la del espejo, la del maquillaje? ¡Cuántas noches sin responderse! Pero pronto se olvida, importan más los labios rojos y un buen perfume.



Elsa es llamada por la noche, sus pasos deben ser lo suficientemente lejanos para escucharse cerca; tacones sin rumbo y con ganas de amar. El silencio es lo que más se escucha a esas horas, la ausencia se nota y ella sigue caminando, acaso con un breve recuerdo de su pasado para distraerse un poco.
Todos los hoteles son mi casa, eres bienvenido. Ecos de otras noches. No hay borrachos, ni tímidos con ansias de probar mujer por primera vez.



Elsa fuma, el viejo mandamiento: en una esquina, esperando. Pocos automóviles, pocas sombras… poco amor. Tiene paciencia, sabe su oficio y no maldice a los que no la buscan. Ella busca, abandona la esquina y comienza a caminar.
Otra vez el sonido de los tacones, y por un momento recuerda aquel sonido de las zapatillas que la invitada más codiciada llevaba puestas a los grandes salones, a esas fiestas donde los ojos del hombre tenían un mismo destino: Elsa. Todos me miran. Todos me desean.



Y hoy ella busca quien la mire, quien pueda desear a la Elsa que es ahora. Paso tras paso y un nuevo cigarro; la noche está jodida. Siempre hay una última esperanza aguardando por uno, en algún lugar.



Ha olvidado al hombre por el que perdió todo: su casa, su familia, todo. Era el mejor cliente que tenía cuando fue dueña de las mejores tiendas de ropa. Quién la recuerda, borracha todos los días después de haber sido burlada por el amante apuesto. Ella misma se llevó al abismo por una ciega obsesión.



Después, borracha consiguió su primer cliente; necesitaba dinero para seguir bebiendo, y lo único que tenía era su departamento y un cuerpo dispuesto a ser poseído en beneficio de su desesperación. Puteando me vengaré de los hombres. El inicio del nuevo oficio.



Espera, no se cansa de hacerlo. Algo debe llegar porque dos noches sin cliente sí joden. Ahí está. Un hombre la mira. Quién dice que el amor cuesta caro. Frente a frente con ese hombre, Elsa habla en nombre de las que son como ella:



Quinientos y te amo. Te invito a que nos amemos esta noche, y a olvidarnos cuando salga el sol. Tú eliges mi nombre, bautízame y nómbrame cien veces si tú quieres. Soy tu mujer desde este instante, no te reprocharé nada ni te diré que cambies porque tú eres perfecto. Vamos a darnos todo el amor que tenemos dentro.



Quinientos pesos de caricias, de labios, de piel. Quinientos pesos de amor. Mercado ambulante que es, siempre, Elsa.



Se dan la mano igual a los que se aman. Inician la marcha, sonriendo. Entran en un pequeño hotel. Los nervios no existen porque están prohibidos; la cama espera sin saber a quién acogerá. Todo es permitido bajo la noche del amor. La caída de las prendas, los ojos de Elsa no dicen todo su desprecio porque ella no odia en su oficio. El hombre tiene el poder porque ha pagado, nada importa la mujer que hay dentro de Elsa. Ambos cumplen su acto y todo cambia, el amor acaba: se terminó tu tiempo, mi amor, ya no puedes besarme. Hasta nunca.



Quinientos más la propina por el buen amor. Elsa sonríe un poco e inicia el camino a su departamento. Tiene el día planeado, igual que los otros días, su rutina: al mediodía estará tirada sobre su fina alfombra, perdida en el alcohol; y cuando despierte, a las nueve, tendrá prisa por arreglarse para otra noche de amor.


Jorge Arturo H. G.

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