EL QUINTETO

by - diciembre 19, 2008

Recuerda cuando compartían los cinco todo de un poco, las charlas, las risas zumbando cuando alguien cometía alguna estupidez, si y sobre todo cuando por las noches se reunían para las chelas, cambiando de lugar de vez en vez, cuando se aburrían o tan sólo porque la circunstancia los dirigía a otro lugar, espontáneo, sacando lo mejor de ellos y ella la única mujer, quien iba a decir que los mejores momentos de su vida los pasaría en el quinteto, sus amigos, su vida entera; y todo terminaría, algún día, aunque ella no lo quisiera así, no lo esperaba, pero sabía que llegaría el momento, todo por una relación amorosa con el cuarto, no menos importante, lo quería, habían pasado muchos momentos significativos que la marcaban, y que no podía olvidar, ni debía.

Con el quinteto era diferente, su felicidad se desbordaba, su sonrisa de oreja a oreja y sus ojos chispeantes luminosos de alegría, con lágrimas de melancolía por no querer que terminara; y entonces lo miraba, pasiva y paciente a que se acercara a ella y lo lograba, se sentaba junto a él, el primero y favorito de ella, charlaban durante hora y hora, y el tiempo no pasaba o al menos ella lo creía así, y la noche acababa y se tenía que ir, con el cuarto por supuesto, él la abrazaría y viviría con ella para siempre según los planes, entonces así no concluiría el quinteto, seguiría por unos años más, los que fueran, valdrían la pena.

Una noche de cervezas como cada día de fiesta y ella y el primero platicaban durante largas horas, sus deseos, sus pensamientos, sus ideas dispersas sin discusiones, solo admiración sentía por él, atenta a las palabras, fijando la vista a los ojos oscuros, a sus líneas de expresión que contaban más que mil palabras; y los demás a su alrededor desaparecían, a menos que el segundo o el tercero interrumpieran la conversación que los invadía, unos comentarios y regresaban nuevamente, sus miradas se encontraban y aunque ella se imaginaba algo más, tan sólo continuaban, se reían, recordaban, imaginaban. Más perfecto no podría parecer, el primero y ella, ¿que razón se opondría a ello? Uno para el otro, solo un cuento de locos lo aprobaría, pero el miedo se apoderaba de ella y no decía nada, ¿acaso tan sólo miedo? Respeto, mucho respeto existía entre ella y el primero, con el segundo y tercero también, por supuesto, y estima les tenía a cada uno de ellos, pero la cuestión no era esa, entre el primero y el cuarto había una diferencia, e imposible igualarla.

No había manera de explicar, eran simple señas que si acaso uno que otro podía notar, pero que con el tiempo se acentuaban más y más, hasta llegar al extremo, al punto en el que ella ya no podía callar, deseaba gritar, hablar, dejar la hipocresía atrás, pero nunca tuvo valor en sí, no había necesidad de palabras, la mirada lo explicaba, la dulce sonrisa y el interminable momento sin parpadear; inoportuno, demasiada felicidad y todo terminó, un tumulto se presentó, el desacuerdo del cuarto sin prueba que desafiar, sin necesidad de pelear, pero si alejar los sueños de ella que sin duda no dejará de anhelar, imposible para los dos y el quinteto concluyó, una mala sonrisa, lágrimas que derramar, pues nunca volverá a sentirse igual, su vida, su sueño, su felicidad; no más platicas agradables, no más risas zumbando ni nada que discutir, los ojos chispeantes ya no serán los mismos de antaño, perderán su brillo, sus ilusiones. Y recordará su pasión y su verdad, esos días que nunca repetirán, el quinteto se fue y con él, el primero de los dos.

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