Ocio mórbido
Martha llegó a la morgue. Le habían hablado una hora antes para pedirle que fuera a reconocer un cuerpo. “Posiblemente el de Pablo, tu novio”, dijo una mujer por teléfono.
Martha sintió que la voz tenía un sonido metálico. Después de recibir la llamada, se sentó sobre el sofá, fumó un cigarro lentamente, lo disfrutó y después de unos minutos salió de su apartamento. Se subió al automóvil, pensando qué ruta tomar para llegar más rápido, aunque realmente no tenía tanta prisa. “¿Cómo habrá muerto? ¿Cómo se verá un muerto?” Martha nunca había tenido contacto cercano con la muerte, sus abuelos seguían vivos (y cenaba con ellos repetidas ocasiones al año), sus padres también sobrevivían (estaban divorciados pero respiraban aún) y ninguno de sus amigos había sufrido un accidente fatal y tampoco tuvo mascota alguna que llorar en la infancia.
En un crucero mientras esperaba que la luz verde apareciera, Martha trataba de recordar qué hacía antes de recibir la llamada. Tal vez prepararse unos macarrones con queso o mirar la tele-visión, no lo sabía con certeza. Hacía unas horas que salió de trabajar, compró la cartelera del cine para ir, pero no quiso hacerlo sola y optó por irse a su departamento. “¡Qué bueno que llegué a casa, de lo contrario no hubiera recibido esa llamada!”, celebraba Martha mientras avanzaba tras una larga fila de automóviles.
Ya en la morgue, la recibió la secretaria que la había llamado. Martha miraba con asombro el movimiento del lugar. Se sentía en una película policíaca. Después de una breve espera salió un joven preguntando por ella. Lo miró y pensó que era muy atractivo. “Hace unas horas llegó el cuerpo, lo enviaron directamente ya que falleció en la ambulancia. Al parecer alguien lo atacó durante una riña en un bar del centro de la ciudad y lo apuñaló ¿Está segura que quiere verlo?” Martha sólo asintió con la cabeza. Algo en su estómago se revolvía. El lugar tenía un olor muy peculiar. Junto a Martha entró el joven y otras dos personas que al parecer eran estudiantes de Medicina. Ingresaron a un cuarto débilmente alumbrado. Las ventanas amarillas iluminaban hacia una mesa donde yacía un cuerpo. “Ése debe ser Pablo”, pensó Martha, mientras intentaba imaginarlo bajo la sábana azul que lo cubría.
El joven prendió una lámpara. Los estudiantes se colocaron tras él. Anotaban algunas observaciones. Martha se quedó quieta esperando cualquier indicación. El joven médico quitó la sábana. Todos se estremecieron al ver el cuerpo. Tenía la cara destrozada, el labio partido e hinchado. Un ojo totalmente cerrado, incluso se alcanzaba a dibujar la suela de un zapato en su mejilla. Sangre en el pecho y una herida en la parte baja del vientre. Era una imagen terrible. Martha lo miró con detenimiento. “¿Es su novio?”, preguntó uno de los estudiantes. “Yo no tengo novio”, respondió y salió del recinto casi corriendo. Los estudiantes voltearon a ver al joven doctor que fruncía el ceño. “Es parte del proceso”, dijo finalmente mientras cubría el cuerpo inerte de Pablo.
En la recepción, la secretaria se daba de topes con el teléfono. Acababa de darse cuenta de que había marcado un número equivocado. Casualmente contestó otra Martha: que no sabía de Pablos, de riñas ni de muertes y, por supuesto, que no tenía nada más qué hacer esa noche, salvo comer macarrones y mirar televisión~
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