La monta soñada.
Con tres días de cala, Carlitos “el Borrego” Hernández, está listo. La plaza Trinidad Uriza, está lista también. No cabe ni un alma, y el pueblo de Huitzuco espera la jugada de su hijo pródigo. El momento llega; “Borrego” se persigna, al mismo tiempo que su primo, quien le enrolla las vendas, que protegerán de lesiones al montador. Amarrarse las espuelas será el siguiente paso, para finalizar colocándose las chaparreras.
“Que le pase el Borrrrrrrrrrrego de Huitzuuuuuuuco, Guerrero”. Este grito anuncia la llegada del jinete esperado. Ahora, Carlos se posa en el centro de la arena, para hacer su oración, amuleto que le servirá, para salir ileso de esta jugada. La calistenia, propia del montador, será lo siguiente en realizar. Es momento de irse al cajón, no sin antes, llenar de arena el pretal, que va sujeto al toro. Los caporales están preparados para abrir la puerta, Carlitos se deja caer al lomo del toro, al mismo tiempo, que el animal es liberado del cajón, para reparar como nunca.
Envuelto en algarabía, el locutor pide aplausos al respetable, celebrando tremenda actuación. 40 son los segundos que permanece el montador sobre el toro; imponente animal, de setecientos kilos, llamado “El volador de Papantla”, proveniente del rancho “Los destructores”. La gente no para de gritar, en primera fila; la madre y familiares del jinete, que no pueden evitar las lágrimas de emoción, al ver, que su consanguíneo, esta ileso. El jinete cruza la pierna, para bajar del toro, es recibido por la palomilla, encargada de estos menesteres, a quien en el pueblo llama “Las aves sagradas”. Los caporales, lazan al toro anunciando, es el fin de la monta. Ahora, “el Borrego” Hernández, queda solo en la plaza levantando los brazos, celebrando su actuación. Una chicharra, inunda de ruido la plaza, y logra despertar al pequeño. Carlitos volvió a soñar despierto, y fue tan real.
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