Cuando sentí nuestros labios unirse en aquel beso amargo, la hiel de mi traición se impregnó en todo mi cuerpo. -¿Qué he hecho?- pensé y seguí besando a Jesús. Las lágrimas empezaron a caer por mi rostro. De pronto sentí la lengua del maestro dentro de mi boca. Creí que así debía pagar mi condena. Días después de que murió en la cruz no podía quitarme de la mente la violación que desencadenó el beso, la única solución para olvidar era colgarme de un árbol.
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