Aimeé Mann: Poética de la Imperfección
Se mueve contundente pero sin prisa; con movimientos suaves y pasos ligeros. Tal parece que ser el centro de atención le entusiasma tanto como ver crecer el pasto del jardín, y nunca; bajo ninguna circunstancia; se la oye hablar de más.
Aimeé Mann podría ser un hada. Una que mira de frente, flotando entre los vapores propios de su condición mágica; aguzando un par de ojos felinos y ofreciendo de cuando en cuando, una sonrisa dulce, pero tan evanescente como toda ella. Nadie, jamás, está seguro de haberla visto sonreír.
Uno ve a Aimeé Mann quieta y callada sobre un descapotable, o yendo en reversa por una habitación por la que no se mueve ni el aire, o lánguida y fria, acariciando una guitarra, con la misma apariencia de eterna adolescente de los días de voices carry y ‘Till Tuesday, la banda que le vio nacer.
Más de veinte años han pasado desde entonces. No obstante la magia no se desvanece. Muy por el contrario; ahora salta, explota y se transforma. Ella sigue siendo el mismo espíritu etéreo vestido de rigor en impecable negro. Solo que hoy, sus cabellos lisos y su mirada azul, apenas logran contener el volcán en erupción que hay más adentro. Con 45 años de edad, bien podría alardear de su ultra selecta discografía en solitario (Whatever, I’m with stupid, Bachelor N. 2, Magnolia, Lost in space y The forgotten arm) y de sus más de dos décadas de experiencia en la música. Pero la reserva es una virtud. Y ella es un cofre lleno de virtudes.
Originaria de Richmont, Virginia, Aimeé Mann es mucho más que una de las cantautoras más respetadas de la escena. Capaz de restituir la esencia última del folk americano, pero sobre todo fiel a su amor por el lenguaje; ha constituido una obra íntima, cargada de soledad y tristeza, donde la pasión es a partes iguales, música y literatura.
La obra de Mann es un entramado de historias que de tan grandes inspiran una canción; un manantial de pequeñas grandes tragedias, amores inolvidables, sueños perdidos y esperanzas rotas. Con una serie de extraordinarios álbumes que ella misma compone, arregla, vocaliza y coproduce; podría escribir, pasaje a pasaje, el gran libro de su vida. La sólida y agridulce instrumentación; de la que también es responsable; en conjunto con su voz áspera y a la vez acogedora, marcan la pauta en un puñado de trabajos que funden los oscuros secretos del alma humana con la exquisita sintonía de la palabra; recreando así, parajes de serena y profunda belleza. Pero es particularmente con Magnolia, Lost in space y The forgotten arm; que edifica una trilogía única sobre el dolor, la desesperanza y el horror que implica saber que hay poco que hacer al respecto. Cargados de metáforas sobre el sexo, las drogas y los duros periodos de depresión que ella misma experimenta, constituye una verdadera poética, tan literaria como la que más, de la agonía del ser.
Paul Thomas Anderson, creador de una serie de films de oscuro encanto (Boogie Nights, Drunk punch love) admite que con de Bachelor N. 2 se vio en la urgente necesidad de recrear la insanidad emocional de las obras de Mann. El resultado fue su cuarto largometraje: Magnolia, una amalgama de tragedias individuales, que a gran escala, llegan a ser capaces de cambiar el ritmo habitual del universo. Un trabajo que representa un extraño caso de inversión creativa. No fue la película lo que inspiró la música, sino la música de la compositora la que inspiraría uno de los argumentos más sensibles y entrañables de los últimos años. "Antes de ser su amigo fui su fan", admite Thomas Anderson. Luego señala con entusiasmo, que sin conocerla siquiera, se sintió cautivado por su dulce pesimismo, así como por la franqueza de sus convicciones.
Magnolia, trabajo homónimo donde la autora ofrece una serie de cortes que a modo de soundtrack enmarcan el film, vería la luz en 1997, año en que, luego de editar un turbulento Bachelor N. 2; álbum que intimida y seduce a partes iguales, yendo de la depresión sosegada y disfrutable a la alegría lastimera y nostálgica; Thomas Anderson adapta sus textos a la pantalla grande. El sentimiento generalizado de desconsuelo se vio materializado con especial énfasis en el personaje de Claudia, cuyos dilemas y fantasmas personales bien podrían recitarse a través de las líneas de Deathly: ahora que te he conocido/ ¿no quisieras nunca volverme a ver?; o en el abatimiento de Wise up y en la desesperanza plena de Save me.
Tras el estreno del film (1999), de la consagración de una amistad inquebrantable y una mancuerna creativa más que excitante; (teniendo en cuenta que Thomas Anderson a colaborado con personajes tan seductores como su propia esposa Fiona Apple, por tan sólo mencionar a alguien) así como de un periodo de total negación y tristeza; nace Lost in space; según sus propias palabras; una metáfora donde la adicción a las drogas representa el sentimiento de desconexión y aislamiento por el que estaba atravesando y al que abiertamente se considera adicta: mejor toma tus llaves y maneja para siempre/ Ni todas tus drogas perfectas y ni cualquier súper héroe son capaces de hacerme empezar de nuevo. Admitía en Humpty Dumpty. Amor ten cuidado / sólo pretendo que me importa/pero ni siguiera estoy ahí/ me he ido / y no sé a donde… Celebra con especial gracia en la pieza que bautiza un álbum cuya naturaleza denota esta vez, más angustia y desesperación que cualquiera de sus anteriores trabajos.
Pero la trilogía no se completa si no con de The forgotten arm, una odisea cuyo origen no cabe más que en un espíritu tan sensible y brillante como el de ella. The forgotten arm, a diferencia de sus anteriores trabajos, es producido por Joe Henry para Superego Records y narra la historia de Jonh y Caroline; una pareja de desarraigados cuya dura existencia se ve unida un buen día en que las circunstancias los llevan a emprender juntos un viaje por carretera hasta la frontera de México. Compartiendo desdichas y rencores; y torturándose mutuamente con un amor volátil e inclemente, emprenden la huida en busca de un destino que no puede ser. Él, un boxeador emocionalmente inestable, recién desempacado de Vietnam, que sufre de una fuerte adicción a las sustancias prohibidas y a los ataques de ira. Ella, una jovencita ávida de cariño, que ha madurado a golpes y que siente una especial atracción por las relaciones de estira y afloja. The forgotten arm completa la triada que asegura el total de la obra de Mann como un concepto el cual es posible leer como paginas de un libro sobre la desdicha humana.
Aimeé Mann parece levitar sobre el desastre. Uno creerá que camina entre proyectiles y sale ilesa, pues se le ve dulce y calida, bailando sobre la tenue línea entre la luz y las sombras. Aimeé Mann no se queja, no lloriquea y nunca dramatiza. Ella vive, sufre, lo disfruta a plenitud y hace saber que todo eso no es el gran asunto. Porque finalmente nadie puede vivir sin sufrir, y sin sufrir en toda la extensión de la palabra, nadie puede jactarse de haber vivido. Ni aun siquiera un ser de viento cuya fuerza radica en su pasión por la poesía de un mundo imperfecto.
Uno ve a Aimeé Mann quieta y callada sobre un descapotable, o yendo en reversa por una habitación por la que no se mueve ni el aire, o lánguida y fria, acariciando una guitarra, con la misma apariencia de eterna adolescente de los días de voices carry y ‘Till Tuesday, la banda que le vio nacer.
Más de veinte años han pasado desde entonces. No obstante la magia no se desvanece. Muy por el contrario; ahora salta, explota y se transforma. Ella sigue siendo el mismo espíritu etéreo vestido de rigor en impecable negro. Solo que hoy, sus cabellos lisos y su mirada azul, apenas logran contener el volcán en erupción que hay más adentro. Con 45 años de edad, bien podría alardear de su ultra selecta discografía en solitario (Whatever, I’m with stupid, Bachelor N. 2, Magnolia, Lost in space y The forgotten arm) y de sus más de dos décadas de experiencia en la música. Pero la reserva es una virtud. Y ella es un cofre lleno de virtudes.
Originaria de Richmont, Virginia, Aimeé Mann es mucho más que una de las cantautoras más respetadas de la escena. Capaz de restituir la esencia última del folk americano, pero sobre todo fiel a su amor por el lenguaje; ha constituido una obra íntima, cargada de soledad y tristeza, donde la pasión es a partes iguales, música y literatura.
La obra de Mann es un entramado de historias que de tan grandes inspiran una canción; un manantial de pequeñas grandes tragedias, amores inolvidables, sueños perdidos y esperanzas rotas. Con una serie de extraordinarios álbumes que ella misma compone, arregla, vocaliza y coproduce; podría escribir, pasaje a pasaje, el gran libro de su vida. La sólida y agridulce instrumentación; de la que también es responsable; en conjunto con su voz áspera y a la vez acogedora, marcan la pauta en un puñado de trabajos que funden los oscuros secretos del alma humana con la exquisita sintonía de la palabra; recreando así, parajes de serena y profunda belleza. Pero es particularmente con Magnolia, Lost in space y The forgotten arm; que edifica una trilogía única sobre el dolor, la desesperanza y el horror que implica saber que hay poco que hacer al respecto. Cargados de metáforas sobre el sexo, las drogas y los duros periodos de depresión que ella misma experimenta, constituye una verdadera poética, tan literaria como la que más, de la agonía del ser.
Paul Thomas Anderson, creador de una serie de films de oscuro encanto (Boogie Nights, Drunk punch love) admite que con de Bachelor N. 2 se vio en la urgente necesidad de recrear la insanidad emocional de las obras de Mann. El resultado fue su cuarto largometraje: Magnolia, una amalgama de tragedias individuales, que a gran escala, llegan a ser capaces de cambiar el ritmo habitual del universo. Un trabajo que representa un extraño caso de inversión creativa. No fue la película lo que inspiró la música, sino la música de la compositora la que inspiraría uno de los argumentos más sensibles y entrañables de los últimos años. "Antes de ser su amigo fui su fan", admite Thomas Anderson. Luego señala con entusiasmo, que sin conocerla siquiera, se sintió cautivado por su dulce pesimismo, así como por la franqueza de sus convicciones.
Magnolia, trabajo homónimo donde la autora ofrece una serie de cortes que a modo de soundtrack enmarcan el film, vería la luz en 1997, año en que, luego de editar un turbulento Bachelor N. 2; álbum que intimida y seduce a partes iguales, yendo de la depresión sosegada y disfrutable a la alegría lastimera y nostálgica; Thomas Anderson adapta sus textos a la pantalla grande. El sentimiento generalizado de desconsuelo se vio materializado con especial énfasis en el personaje de Claudia, cuyos dilemas y fantasmas personales bien podrían recitarse a través de las líneas de Deathly: ahora que te he conocido/ ¿no quisieras nunca volverme a ver?; o en el abatimiento de Wise up y en la desesperanza plena de Save me.
Tras el estreno del film (1999), de la consagración de una amistad inquebrantable y una mancuerna creativa más que excitante; (teniendo en cuenta que Thomas Anderson a colaborado con personajes tan seductores como su propia esposa Fiona Apple, por tan sólo mencionar a alguien) así como de un periodo de total negación y tristeza; nace Lost in space; según sus propias palabras; una metáfora donde la adicción a las drogas representa el sentimiento de desconexión y aislamiento por el que estaba atravesando y al que abiertamente se considera adicta: mejor toma tus llaves y maneja para siempre/ Ni todas tus drogas perfectas y ni cualquier súper héroe son capaces de hacerme empezar de nuevo. Admitía en Humpty Dumpty. Amor ten cuidado / sólo pretendo que me importa/pero ni siguiera estoy ahí/ me he ido / y no sé a donde… Celebra con especial gracia en la pieza que bautiza un álbum cuya naturaleza denota esta vez, más angustia y desesperación que cualquiera de sus anteriores trabajos.
Pero la trilogía no se completa si no con de The forgotten arm, una odisea cuyo origen no cabe más que en un espíritu tan sensible y brillante como el de ella. The forgotten arm, a diferencia de sus anteriores trabajos, es producido por Joe Henry para Superego Records y narra la historia de Jonh y Caroline; una pareja de desarraigados cuya dura existencia se ve unida un buen día en que las circunstancias los llevan a emprender juntos un viaje por carretera hasta la frontera de México. Compartiendo desdichas y rencores; y torturándose mutuamente con un amor volátil e inclemente, emprenden la huida en busca de un destino que no puede ser. Él, un boxeador emocionalmente inestable, recién desempacado de Vietnam, que sufre de una fuerte adicción a las sustancias prohibidas y a los ataques de ira. Ella, una jovencita ávida de cariño, que ha madurado a golpes y que siente una especial atracción por las relaciones de estira y afloja. The forgotten arm completa la triada que asegura el total de la obra de Mann como un concepto el cual es posible leer como paginas de un libro sobre la desdicha humana.
Aimeé Mann parece levitar sobre el desastre. Uno creerá que camina entre proyectiles y sale ilesa, pues se le ve dulce y calida, bailando sobre la tenue línea entre la luz y las sombras. Aimeé Mann no se queja, no lloriquea y nunca dramatiza. Ella vive, sufre, lo disfruta a plenitud y hace saber que todo eso no es el gran asunto. Porque finalmente nadie puede vivir sin sufrir, y sin sufrir en toda la extensión de la palabra, nadie puede jactarse de haber vivido. Ni aun siquiera un ser de viento cuya fuerza radica en su pasión por la poesía de un mundo imperfecto.
Discografia:
- Whatever (1993)
- I'm with stupid (1996)
- Bachelor N.2 (1999)
- Music from the motion picture "Magnolia" (1999)
- Lost in Space (2002)
- The Forgotten Arm (2005)
- @#%&*! Smilers (2008)***
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