Andrzej Zulowski’s Possession. La oscuridad es para siempre. Lo bueno también.

by - octubre 20, 2011

 Por La Musa Electrónica*.
Este artículo no contiene spoilers.

A Marc lo espían desde la tapia. Salva sea la hora cuando uno piense en otra cosa que no sean mirones perversos. Su mujer vuelve cada noche sin intención de quedarse. Ni siquiera tras divertirse un rato rebanando una pierna de cordero a fuerza de cuchillo eléctrico. Será que nada bueno sucede en habitaciones con demasiado azul. Como tampoco en las mentes que van y vienen por aceras desconocidas.
En plena década de los ochenta; haciéndose lugar entre una turba de sicópatas enmascarados y cadáveres reanimados; Andrzej Zulawski, polaco y prócer de la escuela francesa; concede la venia al género más incomprendido y desairado de la industria.
Tomando riegos y aprovechando eso kinky que a otros autores no les sirve ni para maldita la cosa, a este laborioso cineasta yerno de Marcel Marceau, cuando menos le encamina los pasos al salón de la fama del culto cinéfilo; y cuando más, lo confirma como el auténtico artista nunca morboso y si digno de hacer lo que le venga en gana.



Así como no todo el cine de autor es precisamente champán, no todo el horror se queda en la mera experiencia de la sangre dura; y como lo mismo el drama a secas puede provocar urticaria; en Possession, Zulowski no se queda con lo uno ni con lo otro. Al cabo, arma una rara matrioska que combina denominación de escuela, lustre de dramaturgo, chispa de artista y horror. Horror del bueno.
Marc ha renunciado al infierno de un trabajo de dudosa procedencia sólo para enrolarse de lleno en las tinieblas de su agonizante vida marital. Su bella esposa oculta demasiado, y ninguna de sus declaraciones parecen justificar el abandono que se desdice cada vez que regresa -más perturbada conforme los días- para preparar el almuerzo y limpiar la casa. La atmósfera va de azul al negro más incierto y de ahí; al rojo sangre, cuando Marc descubra que no es un amante corriente el que a ella le arrebata la cordura, y a él cualquier esperanza de tenerla de vuelta.
La carrera de Zulawski se remonta casi siempre a los horrores propios de su identidad dividida entre Polonia y la antigua Checoslovaquia. La ocupación alemana desde las andanzas arcanas del ejército prusiano es sombra fantasma sobre su puesta en escena. Pero en 1980, un Zulawski  ansioso de experimentar se topa de cara con la horma y arco de apoyo de su zapato. De la mano de Isabelle Adjani y con un humor delirante, es que arranca en un quehacer cinematográfico definido por la mujer y el lado oscuro del camino.
Los nombres que han hecho la carrera de Zulawski deben ser sin lugar a duda Andrzej Wajda; de quien tomaría aparte del buen gusto el temple; y luego -él complacido, ellas arrebatadoras- Romy Schneider, Nastassja Kinski, Sophie Marceau y sí; definitivamente Isabelle Adjani, la inmaculada Perséfone de los infiernos.


Rodada en Berlín Oriental a lo largo del año 1981; estrenada por aquí y allá pero sin demasiado aspaviento y sí con casi 50 minutos de recorte en casos como el de la censura cortesía del gobierno de Reagan; Possession se mueve en muchas direcciones.
Por un lado, está el ejercicio pleno de estilo. El de la cuadratura controlada y las atmósferas gélidas, donde Zulawsky evoca a un Michael Haneke – ¿o acaso Haneke lo evoca a él? - preciso, sistemático y punzante. El del autor casi checo, casi germano pero criado en la tutela voluptuosa de la escuela francesa.
Por otro lado está el drama, avezado crispador de nervios. Pues que la situación de un matrimonio que se desmorona es siempre devastadora; más todavía cuando las verdades se disparan a gritos certeros en puntería mientras el hijo en común aguanta la respiración en la tina de baño.
El delta donde todo esto y la oscura naturaleza artística de Zulawski confluyen es la estética de las sensaciones. Possession sobrecoge siempre, y en vez de sólo lucirse como el todo sólido que indudablemente es, mejor detona en puntillosas aristas. Cuando uno se dispone a tomar asiento frente a Zulowsky es difícil adivinar lo que viene al arrancar impecable y monocromático – mucho asfalto y azul cobalto- casi distante, con trazos disciplinados e hipnóticos planos secuencia que revelan ansiedad a discreción. Más tarde va desplegando un ingenio picante que recuerda al joven Polanski de los años de Cul de sác y Knife in the water, donde el humor espeluznante y el horror perro van subiendo el tono en estertores súbitos que aceleran el paso rumbo a un climax-alivio, que acaba por dar la redondez que tres horas de duración pueden fácilmente disipar hasta en los mejores casos.
Rondando las inmediaciones del Theorema de Pasolini -con lo divino como dolosa y extraña visita- Al tiempo del submundo viscoso de Phenomena de Argento o quizá de Shivers y The brood de Cronenberg, así como compartiendo del mecanicismo que corroe a una familia moderna y pudiente en Séptimo continente de Haneke; Possession desemboca en su propio mundillo perverso donde el espectador no quisiera estar de ninguna manera y donde lo que está escondido es todavía peor que el malsano aire que se respira.



Carlo Rimbaldi, el hacedor de pesadillas favorito de Lucio Fulci, Darío Argento y Ridley Scott, pone el punto sobre las íes en esta frenética y descarnada farsa donde nunca se sabe a ciencia cierta si se camina en círculos o si uno, incómodo y perturbado, se ve incapaz de ver algo que no se esconde del todo.
Es de agradecer cuando no hay para que lo escatológico-conceptual monopolice el metraje en pos del arte o de la búsqueda de los resortes primeros del horror genuino. Zulowski respeta el género tratándolo con pasión y conocimiento de causa. Evita un texto fílmico de lectura caótica y al cabo, demuestra que las buenas películas empiezan por un tratamiento minucioso y un relato capaz de tomar por asalto.
Sam Neill –un Ewan MacGregor decadente y modelo ochentas que muestra los dientes cual lobo en correría- interpreta al loco enamorado cuya cruda moral parece más bien síndrome de abstinencia. Por su parte, un amante charlatán y afeminado lo hace quedar en ridículo luego de un buen golpe de judo. Más tarde, unos calcetines rosas asoman sospechosamente sacando chispas hasta al ojo más entrenado. En resumen, las virtudes de Possession son muchas. Y Possession es una virtud que sólo el cine de horror puede presumir.




Possession
Guión: Andrzej Zulawski, Frederique Tuten.
Música: Andrzej Korzynski.
 Fotografía: Bruno Nuytten.
Montaje: Marie-Sophie Dubus, Suzanne Lang-Willar.
Efectos especiales: Carlo Rambaldi
Elenco: Sam Neill (Marc), Isabelle Adjani (Anna/Helen), Margit Carstensen (Margit Gluckmeister), Heinz Bennent (Heinrich), Johanna Hofer (madre de Heinrich), Shaun Lawton (Zimmermann), Michael Hogben (Bob), Carl Duering (detective), Maximilian Rüthlein, Thomas Frey, Leslie Malton, Gerd Neubert...
Francia, Alemania 
1981. 
80/127 min. color. 1.66:1.

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