Lo que más odio

by - julio 08, 2010

Daría lo que fuera porque te callaras.

A la familia.
Y como no. Si son los héroes de mis más degeneradas fantasías pro yanquis. Poco faltó para tenerlos en la estúpida mantita o en la esponja de baño – nótese que no zacate-.
El problema aquí es que; con todo y barbis de aire cogelón, caricaturas psicotrópicas y peluches megalomaniácos; me mimaron demasiado y por poco tiempo. Luego de golpe llega la madurez. Esa que no viene en el mismo paquete que el apañe, la fiesta y los tampones que nunca aprendí a usar. En la inmediatez con el mundo real, no sabía que lo que me esperaba no era precisamente la historia de la princesa del champú de jojoba; ni que la chaqueta sabia tan bien luego de pensar todo el día en matar con un método particularmente sádico a la pinche bruja que me saca de un caderazo de la fila en la copiadora.
Sospechaba todo eso, claro; pero al cabo no me sirvió de nada.
Sin duda, si no me hubieran apapachado tanto no me hubiera sentido tan miserable aguantando caderazos. Y eso que todavía no me tocaba voltear hamburguesas de pollo plasta seis días a la semana doce horas al día. Y no es que en un remordimiento mamuco me apene la chipileada. A cualquiera le gusta que lo apapachen y lo convenzan de que el pinche mundo no le alcanza a uno ni a pedacitos. Pero la verdad es que la mimada no fue diseñada para todos y que el buen curso de los días radica en el equilibrio. Está bien para los hijos de México que van a heredar hueso, propiedad o cuenta bancaria con que resolver su existencia. No para el resto de los mortales.

La payola
Independientemente del romanticismo clavado e inútil de los headbangers versus darketos; versus metaleros, skatos, poperos; y de todos estos contra gruperos y duranguenses; la payola es la payola. Ojete pero efectiva y con mucho sentido; la repetición nausebunda de un hit es irritante no importa el género. La hay en gran parte de la banda y es el gancho mala leche de las emisoras fresas que se jactan de tocar LO MEJOR de tal o cual década. Se creen refinados por payolear con el pop gringo facilón y el rock suavecito de cajón. No se les culpa. Probablemente, así como no saben que música en inglés no es precisamente un género musical probablemente tampoco saben que que payolean. No hay disculpa y no existe eso de que hay de payola a payola. Todos sabemos que la banda más experimental, el cantautor más azotado o el conjunto más talentoso difícilmente gozarán del título de hit. No es que a la audiencia no le guste la música bien hecha. Es que, ni es lo que abunda en la radio, ni uno está realmente iniciado en las artes de reconocer una buena rola. Dicen los que saben, que si entre los canticos de la chica dorada y la rima maletona del tipo voy a mi chante/ cante que cante se insertara un blues o un rock ponedores, un jazz o un folk sabrosos o incluso un pop cuidadito; otro gallo nos cantara. Pero sho que sé de eso, dicen los argentinos.
En cualquier caso; diga no a la payola. Incluso en su reproductor. La música es una bendición. Así que no reniegue de lo divino; oiga toda la música que pueda y no se clave demasiado. Así se han viciado los hasta lo más duros.


Escribir
Contrario a mis colegas, escribir no me pone precisamente a tono. Como el sexo en los machos, escribir a menudo me roba la energía. Eso naturalmente, no implica de ninguna manera que no lo disfrute.
Mi poca resistencia me impide además ser prolífica; y si a diferencia de Bukowski; no puedo reivindicar la confianza en mis humildes creaciones simplemente creyendo en mis dones y confirmando el talón de Aquiles de otros, la cosa se poco más que de la chingada.
Pocas veces he logrado un buen texto en el momento preciso. Nunca una reseña de menos decente sobre el personaje político que me inspira; sobre mi cantautor consentido; sobre el amor de mi vida o sobre el cineasta que me llevó erróneamente a tomar la decisión de estudiar ciencias de la comunicación. Se me acusa de toda clase de faltas y excesos literarios y de sufrir (o disfrutar) de ataques de neurosis autocomplaciente. A nadie he podido convencer de que las oraciones pomposas de un párrafo de largo salen de una sentada. Tampoco de que nunca he aspirado al novel de literatura. Eso lo dejo para los grandes.
Me consuela pensar en que hay algunos o quizá muchos más de los que quisiera, que han decidido creer que soy exagerada y punto. Yo sólo soy escribidora; que eso sí; sufre y disfruta en grande.


El trabajo que no deja tiempo para nada.
La mayoría tenemos más obligación de trabajar de la que quisiéramos y de la que muchos están dispuestos a tolerar. Lo peor del desempeño como asalariado es que uno debe ceder a la labor gran parte de su vida rapidito y de buen modo. El trabajo ennoblece claro, pero también, salvo en el mejor de los casos chinga. Y como chinga. A cualquiera le suena a película de horror aquellas 1500 semanas que hay que recorrer para alcanzar el retiro y eso si es que uno tiene derecho a una compensación llegado el momento. Por eso los rock stars no se cansan de decirse afortunados. Es muy diferente darle durante 25 años sin descanso a su pasión por la repostería que al confinamiento en una gris nave industrial. Y viceversa. La frustración mata rápido y efectivamente; y si además por aquello de lo sobrevalorado que esta el choro de estar ocupado, el dichoso trabajo lo absorbe al grado de hacerle perder la pista a los cuates; lo obliga a olvidar los proyectos personales y le impide darse simplemente el gusto de vegetar; el grado de miseria espiritual aumenta. Claro nunca es fácil decidir entre esta miseria y la otra. Sin entrar en detalles diré que estoy desempleada. Que un mazazo en la cabeza me hizo de pronto valorar mi tiempo como nunca y me hizo prometer que jamás me vuelvo a quejar de escribir y de escuchar música. De la familia. Definitivamente si.

Por Palomita Rodriguez*

You May Also Like

7 comentarios

La Wacha Reevoluciona Copyright 2019

¡Larga vida a La Wacha!