La Boda

by - junio 04, 2009


Por:
Olivia Campa Amin

El día más importante de mi vida y Mariano tuvo que invitar a Gustavo. Durante la ceremonia religiosa no me percaté de su aparición. Pero en cuanto bajamos a la recepción lo vi sentado ahí con el resto de los invitados. Estaba furiosa sobre todo porque Mariano no me avisó que iría Gus (como le decía mi marido). Estaba molesta y quería que se fuera pero tampoco iba a echar a perder mi boda por aquel idiota.

Gustavo era el mejor amigo de Mariano, mi esposo. Habían sido compañeros desde la secundaría y desde entonces una extraña pero entrañable amistad creció como hierba-mala entre ellos dos. Yo no entendía que los unía. Gustavo era un individuo tan informal y mugroso. Después de la preparatoria le dio por escribir y a eso se dedicaba. Además de beber vino como un teporocho, según él era parte de su bohemia forma de ser. Mi esposo en cambio estudió Administración de Empresas y ahora dirigía una compañía de publicidad en la capital. Sus mundos totalmente distintos no eran capaces de separar su amor fraternal y ahí estaba él, contra mi voluntad en mi boda. ¡Mi boda!

Mientras los invitados se acercaban a felicitarnos, le arrojé una mirada fulminante, lo atacaba visualmente por que lo aborrecía. Quería que se percatara de que su presencia era una molestia para mí. No parecía importarle o no se daba cuenta de mi enojo. Porque levantó su copa en señal de brindis.

Realmente nunca fuimos muy cercanos Gustavo y yo, la razón era principalmente celos mutuos por Mariano. El me odiaba por “robarme” a su amigo del alma y yo no lo soportaba por llevarse a mi prometido a ver los partidos de futbol a las cantinas más feas de la ciudad.

Después de un rato me tranquilicé al sentarme en la mesa y ver que Mariano estaba tan contento. Era el hombre perfecto para mí; siempre atento, trabajador, educado y además era muy bueno en la cama. Nos besamos con pasión. Me dijo que no podía esperar para la luna de miel. Todo era tal cual lo soñé: La iglesia, la celebración, incluso el sermón del padre fue esplendoroso. La gente comía con gusto, saboreaba la comida y degustaba del licor con despreocupación. La música acompañaba la velada con acordes alegres e intensos, todo el ambiente matizado por luces tenues, flores blancas y la elegancia de los invitados.

Llegó la hora del baile. Sonaba “Una pequeña parte de ti” de Aleks Syntek. Mariano me había dedicado esa canción en nuestra primera cita. Me tomó de la mano y comenzamos a bailar. Los meseros aprovechaban para servir champagne en las copas de todos los presentes. Le dije a mi esposo que era un excelente bailador. Me besó y le cedió el baile a mi padre. Me miraba con una ternura mientras me intentaba decir algo. Le dije ya estaba muy borracho. Sonrió y me entregó a Gustavo. Qué chingados, ese cabrón qué se cree. No podía hacer una escena enfrente de todos. Así que continué danzando al ritmo de la siguiente balada la cual no reconocía. Mi incomodidad era notoria. Gustavo se portó siendo honesta como todo un caballero, dominaba la pista de baile y me conducía con elegancia. Le pregunté dónde aprendió a bailar. Me dijo que en sus viajes a Argentina. Nunca me habían enterado que conocía otros lugares más allá de los bares y cantinas del Distrito Federal. Me pareció fascinante. El vals prosiguió con mis tíos, hermanos y amigos. La fiesta fue todo un éxito. Mariano y yo nos retiramos después de unas copas.



Mientras subíamos a nuestra habitación acariciaba y le besaba el cuello a Mariano. Él parecía incomodo, me tomó de la mano y me dijo al oído: -por esta noche se quedará Gus con nosotros en el hotel, no tiene a donde ir- No lo podía creer. Por qué no le ofreció otra habitación. No entendía como Mariano había accedido a invitarlo a dormir en el día de nuestra boda. ¡Nuestra boda!

Ya estaba cansada y muy borracha y después de promesas para la luna de miel acepté de mala gana. Gustavo subió después de una hora. Hora que aprovechó Mariano para darme sexo oral.

Cuando entró a la habitación Gustavo, además de una mirada de culpa y tristeza, tenía una expresión de arrepentimiento. Me dio lastima y le ofrecí se acostará en el sillón. De pronto su rostro se tornó alegre y nos invitó a abrir el minibar de la habitación.
La plática fue bastante interesante, incluso la persona de Gustavo ya no me parecía tan desagradable. Tenía un carisma al hablar sobre sus viajes y aunque nunca había leído nada de él repentinamente me intrigaban las cosas que decía sobre los poemas de su inspiración. Mariano se disculpó y se retiró a la habitación, estaba muy borracho y cansado. Nos besamos y después de darle un abrazo a su amigo se encerró en la habitación. Nosotros estábamos tomando aún en el ante-sala del cuarto del hotel. También ebrios y bastante incoherente en nuestras charlas, comenzamos a experimentar una atracción intensa en la atmosfera.

No me había percatado pero desde hace unos minutos atrás nuestra plática se daba lugar sentados en el suelo muy cerca el uno del otro. La cabeza me daba vueltas. Sentía las piernas hormigueando. Un aire caliente recorrió mi pecho y miré detenidamente a Gustavo quien tarareaba una canción. Me volteó a ver, sonrió y se acercó más a mí. Me tomó de la mano y me dijo –estoy muy contento de que seas la mujer de Mariano, siempre has sido fiel y se que lo amas- al terminar estas palabras nos comenzamos a besar con desesperación.

El alcohol fue el responsable de lo que pasó y también de que no recuerde todo con precisión. Por ejemplo no recuerdo si primero lo hicimos en la mesa o en el sillón. No recuerdo si grite mientras arañaba la espalda de Gustavo o si lo hicimos hasta el amanecer. No puedo decir con exactitud si me gustó más arriba o bajo de su cuerpo. Sólo se que disfruté un par de orgasmos y desperté con una cruda de la chingada. Lo primero en lo que pensé fue en Mariano y su reacción si me veía desnuda en la sala. Me levanté de golpe y vi que no estaba Gustavo junto a mí.

Abrí la puerta de la habitación, recé por que estuviera Mariano ahí dormido todavía. De pronto una sensación de alivio me tranquilizó. Pensé que Gustavo se había retirado temprano para evitar problemas. Al recordar su tacto sobre mis pechos una excitación acompañó ese alivio. Planeé hacer el amor después de despertar a Mariano. Mi sorpresa fue que al entrar no sólo estaba dormido mi esposo, también estaba desnudo y junto a él Gustavo con una sonrisa de oreja a oreja. Bajo la cama un condón y una botella de vodka vacía yacían como cadáveres exquisitos.

¡Hijo de puta!

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