Las Mariposas

by - marzo 16, 2009

POR: Davo Valdés de la Campa
Me recosté en mi sillón de pensamientos vagos y causas pérdidas, intentaba olvidar las presencias malignas de mi habitación. No había amanecido aún, pero estoy seguro que la noche había terminado milenios atrás y aunque las estrellas sangraban como mis labios partidos, no logré entender los conceptos del tiempo. Aquel sofá había llegado a mí como regalo de mi Tío Germán y desde entonces funge como mi confesionario de pecados y desviaciones. Cada minuto que pasa me hago más viejo y con la tranquilidad de morir, me quedo dormido ahí, entre dos cojines y miles de telarañas.

Duermo como los dioses por siglos y mis ronquidos salpican la habitación de extraños sonidos musicales que se transforman en pequeñas luces navegantes y estás atraen una cantidad inusual de mosquitas, quienes sin preámbulos deciden aterrar mi sueño y perseguir mis ilusiones mortuorias. Una extraña sensación de calor viaja desde mis pies hasta mi pecho, como plata fundida en sangre, quemando mi interior y llevando mi respiración a revolcaderos de fuego y halos de excitación. Abro los ojos y siento como el sudor llueve sobre mí e inunda mis rincones inexplorados. Me percató que estoy acariciando mi pene por debajo de la ropa. Me aflijo y lloro en silencio mientras la escucho llegar. Aunque desconozco su identidad. Pregunto en voz lastimera - ¿Quién es?- Tan sólo pasos de tacón avanzando responden.

La falta de luz me impide distinguir su rostro, pero sé que hay alguien ahí, lo puedo sentir como se siente la electricidad en el aire de la sala cuando la televisión está encendida. Se para frente a mí y me mira con diversión, lo noto en sus ojos que son lo únicos que reconozco en la oscuridad. Su silueta perfecta, sus piernas, su cintura, sus pechos inhalando asco y exhalando placer. Comienza a danzar y con ello se desprende lentamente de su vestido negro. La miro atento y descubro algo en mi interior volando, en mi estomago, son nervios. Ella sigue bailando, cada paso la acerca a la desnudez y con ello mi ritmo cardíaco aumenta o tal vez se detiene, no logro entender la diferencia. Se acerca un poco más y ahora la reconozco, es “La Bailarina”, aquella que me dejó marchito y la boca con sabor amargo. La beso con enojo, con rencor, pero al sentirla sentada sobre mí, el amor renace. Cuando tengo sus piernas enredadas y me encuentro erecto, me obligó a amarla una vez más. Se mueve en forma de ocho y al infinito, mientras comienza a morder mis labios. Me encanta, como ella sabe guiarme por la muerte, me transforma en un amante de lo necrófilo, me encuentro enamorado del abismo y aprovecho el momento para olvidar la pesadumbre del deseo. Ella ya está totalmente desnuda, sus pechos brillan con la luz de las estrellas y prosiguen el baile que ella intercambia por caricias y rasguños. Me toma de la mano, me levanto y sin pensarlo arranco mi camisa de pudor y ella comienza a desabrochar mi pantalón, su aliento recorre mi abdomen, se pierde en un bosque de lienzos caóticos y comienza a lamer mi cuerpo, sus ojos ya no pueden detenerse, mis manos se hunden en su cuerpo, pierdo el control, la volteo de golpe y me sobresalto al descubrir que se ha marchado.
En su lugar esta “La Flaca” quien dentro de sí tiene mil licores y cuyos pechos son disimulados. Su cabello negro, largo y deprimente me cubre mientras me decido a bajar por su cuerpo y embriagarme de ella, mientras sus gritos me producen terror y fascinación escupo las heridas que le infligí en el pasado y sus ojos agradecen el movimiento de mi lengua de un presente incierto. Se revuelca por todo el suelo y se resbala precipitadamente al vacío, se pierde en hoyos negros y gotas de néctar. Se disuelve con la noche y llama con sus lamentos a Laura, la insaciable, la que me toma como objeto y me olvida en destierro. Con sus manos guía mi tacto, mis caricias premeditadas. Estamos sobre el escusado, destruyendo con el movimiento las paredes, me aterro y comienzo a buscar una salida. Cierro los ojos esperando morir y entonces siento mordiscos en las orejas.

Abro los ojos y veo a “La Brasileña”, de manos gentiles y tacto amable. Le toco el cabello, no puedo dejar de oler y acariciar sus mechas de paja sedosa y fresca. Su risa me cautiva y entonces la siento en mí y yo dentro de ella. Mis dedos siguen perdidos en su pelo castaño, sus manos buscan mi espalda para rasguñar. Mis mulsos dan movimientos en falso, mi cuello se retrae y una sonrisa de triunfo se dibuja en su rostro. Se mueve casi como sirena y comienza a nadar con sus labios por todo mi cuello. La tomo de la cadera y la acerco a mí, pretendo decir algo, pero mis labios no responden. Se indigna, me golpea, se para y se marcha y pronto todas detrás de ella se van, las que venían y las que fueron, todas me abandonan.

Comienzo a sentir dolor y de pronto aparece ‘La Imposible’, camina hasta mi recamara y me llama con un gesto sensual. Sus ojos me dicen tanto, su voz, su cuerpo, su alma se desprende y me posee, caigo de rodillas y me acerco a la cama donde me espera ella sin ropa, sin prejuicios y con la indiferencia de una noche entera. La siento, sus muslos, suaves, sus pies fríos. Me cubre la boca con su ropa interior y me amarra al respaldo de la cama. Me logro escapar y con mis dedos pretendo reconocerla, memorizar su figura, olvido el pasado y comienzo a tocar su entrepierna, la calidez de su interior me hace sentir frío en la alcoba, me invita a entrar, no quiere juegos, ni preámbulos. Los movimientos se pierden, los besos se extienden al espacio y los abrazos eternos comienzan a fracturar las patas de la cama. Temblores, movimiento oscilatorio y ramas, cabellos, manos y uñas volando en torno de nuestros cuerpos unidos. Sus ojos en blanco, su movimiento acelera, la tomo con una mano de una nalga y con la otra sostengo sus pechos, intento tomarlos y unirlos como un beso póstumo. De pronto, me pide estar abajo y me muevo con desesperación. Me toma del cuello y me obliga. Busco una cobija para cubrirnos. No quiero que nadie observe el momento perfecto, ella se ríe de mí. Regreso la vista y mi corazón se detiene. Mi excitación se transforma en algo indescriptible.

Ella, “La Imposible”, había mutado a un extraño ser. Una mariposa negra, gigante, revoloteando bajo de mí. Mi estomago hecho un nudo, mis brazos y piernas cubiertos en polvo escamoso y mi pecho atestado de nausea y asco. Me intento levantar de golpe, pero ella me tiene sostenida con sus seis brazos y todo su deseo. De su trompa se desprende un líquido. Parece excitada con mi terror. Con sus extremidades saborea todo mi cuerpo y entre más deseo alejarme más me acerca a sus alas. De pronto su trompa crece y de ella terribles dientes comienzan a morder mi cuello. La sangre brota a borbotones. Comienzo a gritar. Ella me empuja y comienza a volar en la habitación. Desciende bruscamente y en forma de ángel nocturno y vampiresco me hace penetrarla. Mi cuello no para de sangrar y sus uñas comienzan a rasgar mi pecho y espalda. No me detengo, el dolor me produce placer. Continuo y con mis dientes aprisiono sus labios. Nos miramos fijamente. Ojos de fuego. Me devora una y otra vez, me aprisiona en sus carnes, sus pechos se mueven al ritmo de la balada demoníaca que se desprende del sudor de mis piernas. El horror de su mirada me intimida y sus golpes me comienzan a hostigar. Una luz comienza a parpadear y en un cerrar y abrir de ojos me cuelo entre las sábanas y regreso bajo de ella, vuelve a reír con un tono exaltado. Se mueve cada vez más rápido y sus manos en mi cuello comienzan a asfixiarme. Sin darme cuenta el dolor se transforma en la excitación más precipitada que he experimentado. Los gritos cubren de sombras la oscuridad y mientras ella se acerca al orgasmo y yo a la muerte, comienzan a desfilar sobre mi cuerpo todas mis amantes, gozando con mi perdición. Sus uñas sobre la herida y sus dedos cubiertos de sangre aprietan cada vez más y más. Se convulsiona, termina y me golpea en el rostro para después levantarse de golpe. Sonríe y se aleja de mí, mientras con la lengua saborea los residuos de sangre en sus dedos. Me desvanezco poco a poco y durante siento dentro de mí la última de las pasiones consumarse entretanto mi corazón deja de latir.

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